TESTIMONIOS SOBRE El ACOSO ESCOLAR
Para profundizar en nuestro tema y conocer mejor como ha evolucionado en el tiempo la violencia en las aulas, hemos buscado testimonios de víctimas reales que han pasado por situaciones de acoso escolar. Ordenaremos los testimonios desde el más lejano al más reciente.
Desde 1966 hasta 1976 bullying verbal
M.G., desde los 6 años hasta los 16 actualmente 57 años (Zamora)
Me llamaban gorda en el colegio tanto niñas compañeras de clase como algunas profesoras. También en la calle. Recuerdo un día, con seis o siete años, que la profesora me mandó leer un fragmento del libro diciéndome “¡venga, tú, gorda, lee!”,
Así día tras día. Crecí sabiendo que era gorda y pensaba que no valía lo mismo que otras niñas porque no querían jugar conmigo. Había chicas de mi colegio, también vecinas del barrio, que me insultaban cuando pasaba por su lado y no me dejaban entrar en ciertas calles de la zona porque era donde ellas jugaban.
Una vez, quise subirme a los columpios de metal del patio vecinal, pero el portero salió rápidamente y me dijo que estaba demasiado gorda para montarme y que los iba a romper. Nunca me dejó subirme.
En aquella época todo esto lo llamaban “cosas de críos”.
Si tienes un hijo al que insultan o pegan ayúdale y apóyale. Si quien lee esto está pasando por una situación de acoso escolar, del tipo que sea, habla y cuenta lo que te ocurre porque hoy sí hay medios para que te ayuden y los padres sí hacen caso.
Desde 1989 hasta 1994 bullying social
S.S., desde los 5 años hasta los 10, edad actual 33 años (Valladolid)
Todo empezó en el colegio con 5 años. Lo primero que recuerdo es que la mayor parte de la clase se reía de mí por ser la más bajita y empecé a acomplejarme. No tenía amigos y nunca hacía actividades ni iba a campamentos.
La única relación que tenía en el colegio era con una niña dominante y mandona que “quería ser amiga mía” a cambio de hacer ciertas pruebas. Como por ejemplo, sostenerme colgada por los brazos de unas barras de metal que había en un tejadillo en el patio del colegio y aguantar como podía colgada dos minutos. En otras ocasiones me pedía lápices, pinturas nuevas o cosas mías que a ella le gustaba y se las quedaba. Y si me chivaba me ridiculizaba delante de todo el mundo.
Se lo dije a mi madre al cabo de unos años y ella habló con la madre de esta niña pero sus padres defendían incondicionalmente a su hija y me culpaban a mí de todo.
Cuando llegaban alumnos nuevos al colegio yo descargaba un enfado inconsciente que tenía con ellos. Supongo que copié patrones de conducta que había tenido esta niña conmigo. Cuando hablé con mi madre me di cuenta de lo que estaba haciendo y dejé de hacerlo.
A partir de los 10 años, gracias a ir a actividades extraescolares, empecé a conocer más niños y a llevarme bien con algunos. Allí se dejaban las cosas, interactuaban sin burlas y me di cuenta de que lo que había vivido no era lo normal. Dejé de hacer caso a lo que aquella niña que me obligaba a hacer y se enfadó muchísimo. Con el tiempo me dejó en paz.
Si estás siendo víctima de bullying no te lo calles: díselo a tus padres, a profesores. Es importante sacarlo a la luz cuanto antes, por ti y por esa persona que debe modificar su actitud cuanto antes.
Tengo recuerdos desde los cuatro o cinco años en los que los niños y niñas no querían jugar conmigo. Yo no les había hecho nada, pero simplemente me decían que conmigo no querían estar.
Un día una niña me dio con un vaso en la boca y me hizo una herida. Mi madre se asustó mucho pero en el cole le dijeron que era cosas de críos. La verdad es que esa niña en cuestión no me dejaba jugar con nadie. Años después dejó el colegio, pero a mí me seguían haciendo vacío mis compañeros/as.
Estaba sola en los recreos y no sabía porqué me lo hacían. Mis padres iban día sí día también a hablar con profesores, dirección, incluso con madres de hijas que se metían conmigo, pero nadie les hacía caso ni les ayudaban.
En 6º de primaria un niño me empezó a llamar “Chihuahua”. Ese año repetí curso y ese chico pasó pero coincidí con su hermano. El mayor le dijo al pequeño que si me insultaba con esa palabra me molestaría mucho y se partiría de risa.
Cuando pasamos a la ESO creí que ya se pararía todo, pero me tocó con una amiga de este chico. Al parecer les gustaba reirse de mí. No me llevaba bien con ella, así que la tenía bloqueada en redes sociales.
Un día me viene otra chica de clase y me enseña el movil mientras me pregunta “oye, ¿eres tú esta chica?” Y me quise morir: la otra chavala había hecho un montaje con mi cara y una pegatina de hocico de perro, y lo había subido y difundido por Snapchat. Todo el colegio lo había visto y se mofaban de mí.
Me ladraban cuando pasaba al lado de grupos de gente en el patio, pasillos, por la calle… Pero fue aumentando todo: me insultaban, me quitaban cosas y me llegaron a tirar ropa por un puente que da a la autopista.
Recuerdo un momento difícil en mi familia en el que ingresaron a mi abuela. No podíamos llevar móviles a clase pero dada la situación mis padres pidieron permiso en dirección para que yo lo pudiera llevar por si pasaba algo en el hospital y accedieron. Me cogieron el móvil gente de clase que se metía conmigo, le quitaron la batería y me lo tiraron a un arroyo. Como no aguantaba más empecé a contestar a quienes me decían cosas y eso ya no les gustaba.
Ahí se complicó todo más y me llegaron a amenazar de rajarme, pegarme… En una ocasión me empujaron y yo lo devolví. Un profesor me pidió explicaciones y encima me culpó de todo. Lo curioso era que desde hacía años, cuando contaba algo que me pasaba era como si me culparan a mí de lo ocurrido.
Un día me enteré de casualidad por una pegatina en la calle sobre un teléfono de ayuda a víctimas de acoso escolar y llamé. Todo mejoró mucho. Allí super bien, me dejaron desahogarme y abrieron un expediente. Estuvieron siguiendo la evolución del caso, en el que intermediaron con el colegio. Por fin, tras recibir llamada de esta entidad, se implicaron desde mi colegio para ayudarnos.
La mejoría en mí fue importante: ya no me sentía sola. Me dijeron que no me callara nunca y que plantase cara a quienes me insultaran. Desde entonces, aunque me siguen llamando “Chihuahua” y muchas cosas más, no tengo miedo.
Sí es verdad que mis padres y yo hablamos de cambiarnos de colegio pero vivo en una pequeña localidad al lado de la ciudad: nos conocemos todos y no les quiero dar el gustazo a quienes me martirizan de irme con la cabeza agachada, ¿por qué tengo que irme? ¿Tienen más poder que yo y mandan sobre mí? Lo que sí he hecho es cambiarme de clase.
Les diría a otros chicos y chicas que como yo están sufriendo esto que lo cuenten, que no tengan miedo.
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